Para ser el hijo de Odín, una responsabilidad importante, Thor la pasa bastante bien. De todo el Universo Cinematográfico Marvel, de hecho, parece el más distendido y parte de la gracia del final de Los Vengadores fue verlo con panza cervecera y displicencia bohemia. Aunque cuando hubo que cortarle la cabeza a Thanos bien que estaba donde se lo precisaba.
Por gestos como esos es que apareció en siete largometrajes del universo Marvel y en una serie animada y es el primer superhéroe de la marca en llegar a una cuarta película solita para él.
El involucramiento de Taika Waititi, que dirigió la anterior, Thor Ragnarok y ahora escribió y dirigió esta cuarta Amor y trueno aportó un pertinente tono de comedia. El productor/actor/guionista/director neocelandés es, desde el falso documental vampírico de What We Do in the Shadows para acá, uno de los grandes creadores de comedia de la actualidad.
Waititi, quien ganó un Oscar a mejor guion adaptado por JoJo Rabbit, le trajo un poco de vida al superhéroe vikingo, alivianando trascendencias que estaban en Thor, la primera, dirigida por el eficiente Kenneth Branagh, y en la menos interesante Un mundo oscuro.
Pero desde la anterior Thor —siempre interpretado por Chris Hemsworth en uno de los más perfectos psyche du role del cine moderno— se mueve por territorios graciosos que no autoparódicos. Es un superhéroe algo arrogante y presumido pero muy eficaz cuando se lo precisa para salvar el mundo, la galaxia o donde sea que transcurra esta clase de inventos.
Thor: Amor y trueno va por ese lado y es una comedia de aventuras a la altura de las circunstancias. Los chistes son ocurrentes, los personajes, bien construidos y el aspecto es de una fantasía de alta gama como solo Marvel puede ofrecerle a un público ávido de esta clase de atracciones.
Auxiliados por unos originales montajes que funcionan algo así como un resumen para desmemoriados o recién llegados, Amor y trueno tiene a nuestro héroe en una suerte de camino de autodescubrimiento interrumpido por la aparición de Gorr, un villano también conocido como El Carnicero de los Dioses, epíteto que se ganó por su obstinación en matar, precisamente a todos los dioses. Las consecuencias de eso serían catastróficas y más para una galaxia tan politeísta como la que presenta la película.
Gorr —interpretado por Christian Bale, quien fiel a su protocolo se lo toma con el compromiso de siempre— tiene razones para estar enojado cuando, desilusionado por la traición de su Dios (quien bíblicamente le dejó morir una hija en el desierto en un prólogo muy lindo de ver), se hizo de la Necroespada. Con ella anda arrasando como la peste negra, planetas y planetoides.
Alguien tiene que hacer algo al respecto y ahí es donde aparece Thor, asociado con Korg (la voz es de Waititi), Rey Valkiria (Tessa Thompson) y, para los intereses de la narración, su ex novia Jane Foster (Natalie Portman). La científica a quien hasta ahora habíamos visto con poco desarrollo narrativo ha generado una relación muy estrecha con el martillo mágico Mjolnir, que la convierte en la Poderosa Thor. Hay una cuestión de celos ahí que genera gags divertidos.
Hay un problema: la doctora Foster, está atravesando un cáncer terminal y si bien el martillo la convierte en invencible, también quema las energías para combatir la enfermedad. Eso justifica un par de encuentros algo sentimentalotes que parecen contradecir el tono festivo general.
El nudo de la trama es que Gorr toma como rehenes a un montón de niños de Asgard, el pueblito del que son Thor y Rey Valkiria, que hoy es un floreciente centro turístico basado en la fama de Thor y su hermano Loki. Toda esa parte incluye cameos (¡Matt Damon como Loki!), aunque la aparición más especial es la de Russell Crowe como un Zeus y al que la misión de rescate le quiere robar su poderoso rayo. Es una de las mejores escenas de la película.
Los chiquilines son la carnada de Gorr para atraer a Thor por razones que quedan explicitadas en la película y que no vamos a espoilear. Todo eso desemboca en una escena final en blanco y negro que es un giro interesante en una paleta de colores chillona al servicio de un aire retro al que ayuda mucho la música y la tipografía de los créditos.
En ese sentido, Thor: Amor y trueno, tremendo nombre para disco de rock ochentero, es una celebración de Guns N’ Roses, de quienes se incluyen sus tres éxitos más grandes con fines de hacer más vistoso el show Un personaje se llama Axl y los posters de la banda pueblan el decorado. Es una buena estrategia de marketing.
Waititi entiende de cómo manejar todo estos mundos, y el buen tino para hacer reír es lo que marca la diferencia.
Sabe que este es el espectáculo del superhéroe más canchero, pero el que está siempre cuando hemos perdido la fe en otros dioses. Un par de escenas poscréditos aportan algo sobre eso.
A disfrutar, Thor organiza la fiesta.